Camino, camino,
camino. Stop. Estoy viendo una luz resplandeciente pero fugaz sobre mí. Miro
para arriba, esta todo nublado. En mi mente aparece la idea de que es un rayo.
Okey, tranquilidad. Sigo caminando. Hace frio, es de noche. Las ruidosas
persianas de la Avenida Balbín van cerrando sin disimular. La gente parece no
darse cuenta que estoy yo también caminando en la misma vereda que ellos. Al
parecer no estar apurado acá es raro con tanta nube encima y te chocan sin
prejuicio. En fin, ya llego.
Camino, camino,
camino. Un nene se cae al lado mío. Llora y se pone todo colorado. Qué
original. Me corro un poco. Me fijo que no ensucie mi tapado y sigo mis pasos.
Me doy vuelta a ver si sobrevivió, pero creo que, después del cuidadoso agarre
brutal de la madre por el brazo izquierdo de la criatura y del grito amoroso de
“¡No llores mas!”, hubiese sido mejor para el infante haber desistido de
semejante vida.
Camino, ya
cruzo las vías del tren, paso la estación. Gente por todos lados. Maldito tren
que trae tanta gente, todos con cara de “necesito, por favor, llegar a mi casa”
pero con actitud de “si me tocas, morís”. Entonces sigo sin apuro.
Avenida
Presidente Perón dice el cartel que me esta mirando. Doblando hacia la derecha,
me falta la luz de giro entre el tumulto de peatones. Pienso el típico sonido
de un camión dando marcha atrás con una alarmita haciendo –pip,pip,pip- y a mi
mismo con una lucecita intermitente en mis nobles partes traseras. Me rió solo.
Pienso que, las personas que me miren, deberán especular con el grado de locura
que llevo encima, aunque no puedo evitar negármelo con la cabeza, si sé que
nadie me esta mirando. Caminaré dos cuadras más. Llegué. Stop. Estoy buscando
el cartelito azul con el nombre de la calle. Mi mirada lo halla: Charlone, con
los números de la altura de la calle, que sin los lentes no llego a entender.
Cruzó la calle, miro el piso y mis pies jugando cual niño: senda blanca,
asfalto, senda blanca, asfalto, senda blanca, asfalto. Así llegue al cordón y
no sé si me gane o me perdí. Aunque ahora me encontré, va, es decir, la
encuentro a ella adentro del único bar de la cuadra con una gran vidriera
impecable. Me hace una seña. Tengo que entrar.
Entro. El olor
a pizza mezclado con café me pega una cachetada al abrir la puerta. Una señora
que me pasa por al lado y me empuja el hombro. Si pase, total, estoy pintado.
Ahora que veo la sonrisa de la chica que me espera, creo que no solo lo pensé
sino que, la vieja inmunda me escuchó. Me siento. Viene el mozo con cara de
poca astucia. Pido mi lágrima. Ella quiere un cortado. Veo sus sabrosos labios
hablándome, creo que de su día. Sí, sí, es su día, dijo “hoy”. Ahora dice algo
de su mamá. Asentir con la cabeza es fácil. Eh, mira esa chica de allá. Sí,
lindas caderas, interesante forma. Nada sobra, nada falta. Apa. Esperen. No,
no. Tan perfecta no es. Sobran el marido y el nene que entraron recién. Bueno
marido… novio, prometido, amante, amigo con derecho a tener hijos en común, a
menos que el nene sea hijo del verdulero.
Llega el mozo tres años después con dos tazas. Dos tazas son nomas
flaco. Que lejos vas a llegar en la vida si tardas tanto con dos tazas. Se
callo. La chica en frente mío se calla por la llegada del mozo. Podrías venir
más seguido pibe. La pregunta ¿En que estábamos? ahora que el mozo se va, es
buena para que no se note tanto que no la escuche.
-Cambiemos de
tema- dice- ¿qué vamos a hacer nosotros?
Las preguntas
que empiezan con QUÉ y terminan en NOSOTROS siempre son malas. ¿Qué somos
nosotros? ¿Qué esperas de nosotros? ¿En qué quedamos nosotros? Va, esa empieza
con EN. Bueno, la idea general se entiende, es decir, los planteamientos
mediocres no me caen bien.
—¿Y vos que
querés hacer?
—Quiero que
blanqueemos esto.
—Ajam, y… ¿Qué
sería esto?
— Dale Damián,
no te hagas el otro.
—No, en serio.
No entiendo—No puedo evitar reírmele en la cara,tonta.
— ¿Ves? Te pone
nervioso hablar de esto. Esto… Lo que nos pasa, estos encuentros furtivos de
tres meses. Este sentimiento. Todo esto. Creo que algo es… o no?
No me hagas que
te conteste. ¡Dios! Cállenla.
—Ósea, a mi me
pasan cosas con vos Damián, y creo que es obvio que a vos también. No lo sigamos
así. Nos merecemos más que esto.
A mi me están
pasando cosas. Sí cosas en la mente, como distintas formas de matarla para que
no hable más, por ejemplo. Sé tomo muy a pecho los cuentos de hadas.
—Yo sé que te
haces el duro y no lo queres aceptar, pero esto es normal. Todas las parejas
empiezan confundidas. Decime algo o ¿con quién hablo yo? Amor!
Tragó con un ruido alevoso el último sorbo de mi
lágrima. Listo, me cansaste piba.
— ¿Con quién
hablas? Hablas con el chico que apenas se sabe tu nombre. Esto, esto, esto.
¿Esto qué? Nosotros no tenemos nada. Bah, si tenemos. Vos una ilusión que no sé
de donde salió y yo las ganas de estar con vos pero en otro tipo de situaciones,
en las que no hablas. Piba te haces la que queres algo serio y creo que es la
segunda vez en estos tres meses que vos decís, que te veo vestida. Y, encima,
la primera vez que te vi con ropa fue en la entrevista de trabajo que te hice.
Te cuento algo: te mentí, no soy el gerente, soy un empleado más. Por eso tanta
espera para tu puesto. Perdón, pero solo soy una basura humana seguro ahora en
tu mente. Prefiero eso a tu cuento de rosas.
Silencio
absoluto después de mi ataque de sincericidio. Creo que me excedí. Se levanta,
me mira. Que me tire la soda del cortado sería un buen toque novelesco para la
ocasión. No, rompe mis expectativas, se va muda. Le debe doler no haberse
enganchado al gerente del estudio.
Esperemos un
rato, para no salir juntos. Ahora sí. Llamo al mozo, le pago. Nada de propinas,
tardó mucho. Me levantó y me voy. Ahora sí rumbo a casa. La parada del
colectivo se ve interminable. Como siempre gente saliendo del trabajo,
adolescentes on fire, familias y las clásicas madres con sus pequeños niños,
deseosos por llegar a sus casas, llenos de cuestionamientos filosóficos para
pasar el rato. A una nena a tres personas de mi se le ocurre empezar su
monologo de preguntas sobre Papa Noel.
—¿Dónde vive?
¿Qué come? ¿Y los duendes? ¿Les pagan? Les pagan con monedas de oro ¿no? La
madre se ríe y la nena no se calla. El colectivo no llega más.
Pienso en esta
piba, pobre. ¿La habré dejado muy mal? Sólo estaba conmigo por el puesto que
quería. No, no debe estar mal. Solo, desilusionada. Pero ¿Qué pretenderá?
Quería fama, facilidad para llegar a su puesto. Capaz hice mal en aprovecharme
de ella. Aunque ella quiso aprovecharse de mí.
—Y.. ¿qué come
Papa Noel? ¿ y los renos? Comen pasto mágico para volar ¿no mami?
Capaz que nisiquiera
le gustaba. ¿Yo? Yo a quién le voy a gustar… Con este pelo crespo, esta cara de
tarado, mayor a la cara de imbécil promedio.
—Los reyes ¿
Son amigos de Papa Noel? ¿Lo irán a visitar?
No. No, ¿cómo
le voy a gustar? Con esa pinta de “tengo acceso público”, esas curvas de
plástico y esa boca carnosa increíble. Y yo, acá pensando si en lo más
recóndito de su corazón ese “esto”, ese “lo nuestro” fue sincero. Por favor… y
encima este colectivo no viene. Ya fue, me voy caminando. Ah, pero… para,
necesito hacer algo.
Damián sale de la fila para el 440 cartel “Barrio
Manuelita” . Va hacia la madre con su hija, le da a la pequeña niña un chupetín
que tenia en el bolsillo y le dice con toda su cara de alivio:
— ¡Nena,
Cállate! Papa Noel, no existe.
JAJAJA es geniaaaal poni. Me encanta la actitud de Damian.
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