miércoles, 5 de diciembre de 2012

PENSAMIENTO ÁCIDO


Camino, camino, camino. Stop. Estoy viendo una luz resplandeciente pero fugaz sobre mí. Miro para arriba, esta todo nublado. En mi mente aparece la idea de que es un rayo. Okey, tranquilidad. Sigo caminando. Hace frio, es de noche. Las ruidosas persianas de la Avenida Balbín van cerrando sin disimular. La gente parece no darse cuenta que estoy yo también caminando en la misma vereda que ellos. Al parecer no estar apurado acá es raro con tanta nube encima y te chocan sin prejuicio. En fin, ya llego.
Camino, camino, camino. Un nene se cae al lado mío. Llora y se pone todo colorado. Qué original. Me corro un poco. Me fijo que no ensucie mi tapado y sigo mis pasos. Me doy vuelta a ver si sobrevivió, pero creo que, después del cuidadoso agarre brutal de la madre por el brazo izquierdo de la criatura y del grito amoroso de “¡No llores mas!”, hubiese sido mejor para el infante haber desistido de semejante vida.
Camino, ya cruzo las vías del tren, paso la estación. Gente por todos lados. Maldito tren que trae tanta gente, todos con cara de “necesito, por favor, llegar a mi casa” pero con actitud de “si me tocas, morís”. Entonces sigo sin apuro.
Avenida Presidente Perón dice el cartel que me esta mirando. Doblando hacia la derecha, me falta la luz de giro entre el tumulto de peatones. Pienso el típico sonido de un camión dando marcha atrás con una alarmita haciendo –pip,pip,pip- y a mi mismo con una lucecita intermitente en mis nobles partes traseras. Me rió solo. Pienso que, las personas que me miren, deberán especular con el grado de locura que llevo encima, aunque no puedo evitar negármelo con la cabeza, si sé que nadie me esta mirando. Caminaré dos cuadras más. Llegué. Stop. Estoy buscando el cartelito azul con el nombre de la calle. Mi mirada lo halla: Charlone, con los números de la altura de la calle, que sin los lentes no llego a entender. Cruzó la calle, miro el piso y mis pies jugando cual niño: senda blanca, asfalto, senda blanca, asfalto, senda blanca, asfalto. Así llegue al cordón y no sé si me gane o me perdí. Aunque ahora me encontré, va, es decir, la encuentro a ella adentro del único bar de la cuadra con una gran vidriera impecable. Me hace una seña. Tengo que entrar.
Entro. El olor a pizza mezclado con café me pega una cachetada al abrir la puerta. Una señora que me pasa por al lado y me empuja el hombro. Si pase, total, estoy pintado. Ahora que veo la sonrisa de la chica que me espera, creo que no solo lo pensé sino que, la vieja inmunda me escuchó. Me siento. Viene el mozo con cara de poca astucia. Pido mi lágrima. Ella quiere un cortado. Veo sus sabrosos labios hablándome, creo que de su día. Sí, sí, es su día, dijo “hoy”. Ahora dice algo de su mamá. Asentir con la cabeza es fácil. Eh, mira esa chica de allá. Sí, lindas caderas, interesante forma. Nada sobra, nada falta. Apa. Esperen. No, no. Tan perfecta no es. Sobran el marido y el nene que entraron recién. Bueno marido… novio, prometido, amante, amigo con derecho a tener hijos en común, a menos que el nene sea hijo del verdulero.  Llega el mozo tres años después con dos tazas. Dos tazas son nomas flaco. Que lejos vas a llegar en la vida si tardas tanto con dos tazas. Se callo. La chica en frente mío se calla por la llegada del mozo. Podrías venir más seguido pibe. La pregunta ¿En que estábamos? ahora que el mozo se va, es buena para que no se note tanto que no la escuche.
-Cambiemos de tema- dice- ¿qué vamos a hacer nosotros?
Las preguntas que empiezan con QUÉ y terminan en NOSOTROS siempre son malas. ¿Qué somos nosotros? ¿Qué esperas de nosotros? ¿En qué quedamos nosotros? Va, esa empieza con EN. Bueno, la idea general se entiende, es decir, los planteamientos mediocres no me caen bien.
—¿Y vos que querés hacer?
—Quiero que blanqueemos esto.
—Ajam, y… ¿Qué sería esto?
— Dale Damián, no te hagas el otro.
—No, en serio. No entiendo—No puedo evitar reírmele en la cara,tonta.
— ¿Ves? Te pone nervioso hablar de esto. Esto… Lo que nos pasa, estos encuentros furtivos de tres meses. Este sentimiento. Todo esto. Creo que algo es… o no?
No me hagas que te conteste. ¡Dios! Cállenla.
—Ósea, a mi me pasan cosas con vos Damián, y creo que es obvio que a vos también. No lo sigamos así. Nos merecemos más que esto.
A mi me están pasando cosas. Sí cosas en la mente, como distintas formas de matarla para que no hable más, por ejemplo. Sé tomo muy a pecho los cuentos de hadas.
—Yo sé que te haces el duro y no lo queres aceptar, pero esto es normal. Todas las parejas empiezan confundidas. Decime algo o ¿con quién hablo yo? Amor!
Tragó  con un ruido alevoso el último sorbo de mi lágrima. Listo, me cansaste piba.
— ¿Con quién hablas? Hablas con el chico que apenas se sabe tu nombre. Esto, esto, esto. ¿Esto qué? Nosotros no tenemos nada. Bah, si tenemos. Vos una ilusión que no sé de donde salió y yo las ganas de estar con vos pero en otro tipo de situaciones, en las que no hablas. Piba te haces la que queres algo serio y creo que es la segunda vez en estos tres meses que vos decís, que te veo vestida. Y, encima, la primera vez que te vi con ropa fue en la entrevista de trabajo que te hice. Te cuento algo: te mentí, no soy el gerente, soy un empleado más. Por eso tanta espera para tu puesto. Perdón, pero solo soy una basura humana seguro ahora en tu mente. Prefiero eso a tu cuento de rosas.
Silencio absoluto después de mi ataque de sincericidio. Creo que me excedí. Se levanta, me mira. Que me tire la soda del cortado sería un buen toque novelesco para la ocasión. No, rompe mis expectativas, se va muda. Le debe doler no haberse enganchado al gerente del estudio.
Esperemos un rato, para no salir juntos. Ahora sí. Llamo al mozo, le pago. Nada de propinas, tardó mucho. Me levantó y me voy. Ahora sí rumbo a casa. La parada del colectivo se ve interminable. Como siempre gente saliendo del trabajo, adolescentes on fire, familias y las clásicas madres con sus pequeños niños, deseosos por llegar a sus casas, llenos de cuestionamientos filosóficos para pasar el rato. A una nena a tres personas de mi se le ocurre empezar su monologo de preguntas sobre Papa Noel.
—¿Dónde vive? ¿Qué come? ¿Y los duendes? ¿Les pagan? Les pagan con monedas de oro ¿no? La madre se ríe y la nena no se calla. El colectivo no llega más.
Pienso en esta piba, pobre. ¿La habré dejado muy mal? Sólo estaba conmigo por el puesto que quería. No, no debe estar mal. Solo, desilusionada. Pero ¿Qué pretenderá? Quería fama, facilidad para llegar a su puesto. Capaz hice mal en aprovecharme de ella. Aunque ella quiso aprovecharse de mí.
—Y.. ¿qué come Papa Noel? ¿ y los renos? Comen pasto mágico para volar ¿no mami?
Capaz que nisiquiera le gustaba. ¿Yo? Yo a quién le voy a gustar… Con este pelo crespo, esta cara de tarado, mayor a la cara de imbécil promedio.  
—Los reyes ¿ Son amigos de Papa Noel? ¿Lo irán a visitar?
No. No, ¿cómo le voy a gustar? Con esa pinta de “tengo acceso público”, esas curvas de plástico y esa boca carnosa increíble. Y yo, acá pensando si en lo más recóndito de su corazón ese “esto”, ese “lo nuestro” fue sincero. Por favor… y encima este colectivo no viene. Ya fue, me voy caminando. Ah, pero… para, necesito hacer algo.

Damián sale de la fila para el 440 cartel “Barrio Manuelita” . Va hacia la madre con su hija, le da a la pequeña niña un chupetín que tenia en el bolsillo y le dice con toda su cara de alivio:
— ¡Nena, Cállate! Papa Noel, no existe.

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