sábado, 4 de diciembre de 2010

Una pelea, mil lágrimas, un adiós y algunos pasos.

Me baje de tu auto, tenia ganas de irme lejos, de no volver a verte, de caminar hasta no sentir los pies, de que por una vez en tu vida entiendas lo que yo digo. Pero fue como siempre y no fue como yo quería. Yo no me peleo con la gente. Ellos me hacen enojar que es diferente. La falta de confrontación hace que no sea una pelea. Es imposible confrontar a alguien que siempre quiere tener la razón y que te ignora constantemente. Cuando me baje del auto sentí la inmensa necesidad de gritar hasta que no me dé la voz y que esa voz se agrandara con el viento del mar. Tus palabras sin sentido me cansan demasiado. Tu idea de que por ser vos, sos diferente es insoportable y todos sabemos que sos igual que todos. Mentís y mentís mal, tarde o temprano te descubro; no solo yo sino todos. Me empezaste a gritar y no me escuchabas. Tus oídos se volvían sordos y tus respuestas no coincidían con mis preguntas. Me fui y te cerré la puerta como si fuese irrompible. Eso por un instante me hizo feliz. Fue como una puñalada a tu gran orgullo.
Me baje y me seguías. Tu auto comenzó a tener la misma velocidad que mis piernas. Íbamos a la par, pero a la vez no. Me decías que no les creyera a los demás, que la única verdad era la tuya. Lograste que por un segundo dudara sí creerte pero entonces no encuentro la explicación de porque todos me dicen lo mismo sobre eso y solo vos sos el único que queda mal parado si, aquella mentira nuestra, es verdad.
En ese momento junte el coraje que nunca tuve: te dije chau y algunos insultos. Camine rápido e increíblemente te diste por vencido. Me fui lejos hasta ya no poder verte.
Caían las lágrimas de mis ojos y fui a la playa. Nunca pare de caminar. Todo se volvió azul y como siempre tu rostro en mi mente.  Una ligera brisa me envolvió y justamente en ese instante deje de caminar.